Huellas de un perro feo

No tengo mala memoria, quien me conoce lo sabe. Solo que engabeto aquellos recuerdos malos o tristes y acabo por enmascararlos como si los hubiera olvidado, así me creo que no ocurrió jamás. Tal vez sea parte de mi mecanismo de defensa emocional. Es entonces hasta que un olor, sonido o persona los desempolva y es como si viajara al pasado y viviera todo de nuevo.

Los que han visitado mi hogar se sorprenden de que tenga 4 perritas (tenía 5, una murió hace pocos meses). No siempre he amado a los perros, cuando era peque un ejemplar me mordió y llevo una marca considerable en unas de mis piernas, desde ahí me dije a mi mi misma que nunca pero NUNCA tendría un perro. Y entonces llegó Pepo Emilio Facundino, un nombre feo le puse y es que era un perro feo, pero FEO en mayúsculas, de esos que si hacen un concurso de perros feos él sin dudas se ganaba el primer lugar. Llegó a mi vida cuando estaba en la secundaria, era callejero, churroso, y hasta podría decir que sobreviviente de algún accidente porque arrastraba una de sus patas traseras.

En aquel entonces mi tarea principal era llevar a la escuela a mi hermana e irme para la mía que quedaba a unas cuadras de distancia, y en uno de esos días, así de la nada apareció y me siguió hasta donde iba. Qué clase de suerte yo tengo para eso!!! Y me siguió el día siguiente, y el otro, y el otro. El colmo era que dormía justo a la entrada de mi casa, cada vez que salía a la escuela ahí estaba fiel, esperándome, cual escudero. Me acompañaba en mi travesía, la gente me miraba extrañada de que yo tan limpia y peinadita, con ese perro tan feo y sucio. Hasta me busqué varios regaños en con mis profes porque se empeñaba en subir hasta mi aula. Aun recuerdo cuando una mañana en la formación para cantar el himno, él a mi lado por supuesto, la directora soltó en un grito: ¿y ese perro de quién es?. Yo que siempre he sido tímida, cuando aquello lo era mucho más, casi morí de verguenza. Fue gracias a una de mis amigas del aula quien se hizo pasar por la dueña que nadie supo que Pepo Emilio era mio, porque a esas alturas ya era mio verdad?

 Llegó el invierno, y me sentía mal por él que se quedaba bajo lluvia, sol y sereno en la puerta esperándome hasta el día siguiente y convencí a mi madre de entrarlo a la casa, al menos entrarlo hasta los bajos de la escalera, así que pasó de ser callejero a ser semicallejero. Dormía en casa pero durante el día mientras yo estaba en la escuela se la pasaba deambulando las calles. Eso sí, era muy puntual y muy inteligente, las veces que salía temprano de la escuela y me iba para casa de mis abuelos él me iba a buscar allí, no sé como lo hacía, pero así era. Las veces que se enfermó corrimos con él, lo bañamos, ya no era ese perro feo y sucio que conocí. Había días en que se desaparecía, y me preocupaba mucho, pero ya luego volvía, y yo me decía a mi misma que de seguro tendría una niña como yo en otro lugar de la ciudad, yo tenía un perro semicallejero y que para colmo no era solo mío, era compartido. Pese a todas esas cosas lo amé mucho, fue la primera vez que sentí amor por un animalito.

Un día salí de clases, y no estaba. Me lo imaginé desandando las calles como siempre hacía.Tampoco me esperó en casa de mis abuelos, cosa que me resulto muy rara. Mas pasó, un dia, y dos, y más de una semana y nada de él. Consternada comencé su búsqueda, nadie sabía nada, pregunté casi al borde de las lágrimas, pero no aparecía. Hasta ya casi dos meses más tarde es que una vecina me comentó que ella había visto a la brigada de Zoonosis cuando lo había recogido tiempo atrás de la puerta de mi casa. Corrí hasta la institución para reclamarlo, sentía que tenía que reclamarlo, allí me dijeron que había pasado mucho tiempo y que la reclamación tenía su periodo y que lamentablemente lo habían sacrificado al no contar con una persona que lo reclamara. Morí, no entendía como mi Pepo Emilio había sido sacrificado, ¿quién me acompañaría ahora? Fue muy duro volver a caminar por las calles sola de mano de mi hermana, sin ese ser pequeño que nos cuidaba como angel guardian.

Esa historia la tenía muy guardada en ese cajón, y no fue hasta hace poco en que reviví todo de nuevo. Hace unos días caminaba de regreso a casa cuando sentí unos chillidos de espanto y vi como recogían a todos los perritos callejeros que se encontraban en el Boulevard. Me quedé congelada, en un vacío inmenso visualizando en cada uno de ellos a mi Facundino, con una impotencia gigante de querer hacer algo y sin poder hacer nada. Preguntándome tal vez cuantos de esos animalitos que a veces andan por ahí sucios y flacuchos tienen al final del día un hogar donde dormir o simplemente alguien que les de el cariño que merecen. Cuanta gente que no les interesa ni le importa dejar botado a un perro en las calles, con todo y cuanto ello implica. Cuanto que cambiar. Mientras yo, acá, recordando a Facundino.

Comentarios